¿Hacerlos (o hacernos) volver?


Huemer, M. (2017). ¿Hay un derecho a inmigrar? Revista Argentina de Teoría Jurídica. Universidad Torcuato Di Tella. Texto traducido por Federico Rovillard Simoneschi, Ignacio Tertzakian y Santiago Menna. Páginas 1 – 31. Disponible en: https://www.utdt.edu/download.php?fname=_151015957877791100.pdf
Por: Luis Enrique Penagos
En su artículo ¿Hay un derecho a inmigrar?, el profesor Michael Huemer sostiene que el Estado no tiene el derecho a excluir inmigrantes que buscan un nuevo hogar y una nueva vida por dos razones, principalmente: (i) la restricción supone una violación prima facie de los derechos de los inmigrantes y (ii) ningún argumento presentado por aquellos que están a favor de la restricción logra sostener por qué no habría una violación de derechos o por qué, en caso de existir una violación de derechos, esta estaría justificada.
Frente al primer argumento, Huemer considera que cuando se afirma que una violación es prima facie —es decir, que es una acción que normalmente viola los derechos de una persona— la carga argumentativa (o carga de la prueba) recae en aquellos que apoyan el acto en cuestión; es decir, son los que apoyan la restricción de entrada a inmigrantes quienes deben argumentar por qué lo que en principio sería una violación de derechos no lo es o lo es pero tiene una justificación clara y convincente.
Frente al segundo argumento, estrechamente ligado con el primero, el autor afirma que, en efecto, aquellos que están a favor de la restricción no logran cumplir con la carga argumentativa que conlleva permitir (o al menos aceptar) la violación de derechos de inmigrantes al no permitirles la entrada a Estados Unidos. Para sostener esto, Huemer hace un recuento de los principales argumentos a favor de la restricción —los inmigrantes dañarían a los estadounidenses al entrar al mercado laboral, impondrían cargas a los programas de bienestar social, amenazarían la cultura, y su llegada masiva podría colapsar la sociedad— y explica por qué cada uno de ellos no resulta suficientemente convincente o fuerte para justificar una violación de derechos.
Es un aspecto formal, el texto de Huemer es exitoso, pues presenta una línea argumentativa clara y coherente que sostiene su tesis. Sin embargo, quisiera resaltar lo que, en mi opinión, es lo más valioso y que, si bien es una de las conclusiones del autor, resulta ser un punto sobre el cual no hay desarrollo: lo deshumanizada que puede llegar a ser nuestra lógica cuando decidimos entender (y enfrentar) algunos problemas en razón de una posición académica, ideológica o política.
Huemer afirma al finalizar su escrito que:
“La mayoría de la discusión académica se centra en el análisis de teorías: los autores abordan las implicancias de la política migratoria desde una teoría filosófica general o a una orientación ideológica… no creo que ninguna de estas teorías se considere establecida. He buscado, por lo tanto, construir un argumento en función de intuiciones generalmente aceptadas sobre ciertos casos.”
Pienso que cuando Huemer hace referencia a “construir un argumento en función de intuiciones”, está criticando lo poco intuitivo que hemos convertido las discusiones sobre temas en los que el ser humano resulta ser —para sorpresa de muchos— el centro del debate. Actualmente todos sabemos que la migración ha recobrado la atención de muchos sectores —políticos, económicos, sociales, etc.— tanto a nivel internacional como nacional: no tenemos que irnos tan lejos para saber qué situación está enfrentando hoy en día nuestro país. Pero a pesar de que evidentemente es un tema discutido por diferentes sectores, resulta interesante ver cómo hemos decidido dejar de lado la importancia que implica hablar de lo humano desde lo humano. Y es precisamente esto a lo que hace referencia Huemer en su texto cuando habla de la intuición: ¿por qué no sentimos, de manera intuitiva, aquello que yace en el fondo de toda discusión sobre lo humano y que toca las fibras más íntimas de lo que implica ser humanos? Considero que esto radica principalmente en dos razones: (i) la desvalorización de la empatía, es decir, la idea de lo poco útil que resulta apelar a ella y (ii) la valorización de ideas desde la contraposición de lo propio y lo ajeno.
Frente al primer punto, pienso que para la academia, principalmente, resulta poco útil apelar a la empatía como fundamento principal de cualquier tesis que se pretenda defender. Esto porque tradicionalmente se ha entendido que una buena argumentación no parte de elementos morales, que apelan al lector desde lo más básico de su esencia, puesto que no son vistos como formas rigurosas y sólidas para argumentar. El ejercicio académico, por lo general, es uno que siempre implica para el investigador una serie de elecciones personales sobre cómo abordar el objeto de estudio al que se enfrenta: cómo se interactúa con el lector, cómo se le convence, cómo se muestra aquello que se quiere mostrar — preguntas que siempre son resueltas desde ideas normativas y prescriptivas sobre lo que la academia debe ser. Y, al mismo tiempo, excluyen aquellas ideas que apelan a lo emocional, a lo noble, a lo humano. Esa desvalorización de la empatía, de podernos situarnos en el lugar del otro, no le sirve a un gremio que no busca ser el otro, puesto que el ejercicio mismo de dejar ser implica, a su vez, perder algo. Es, entonces, un ejercicio que pone en pausa todas nuestras creencias, nuestros valores, nuestras más íntimas convicciones para conocer las de otros — y cualquier tarea que implique la suspensión de lo propio es entendida, a su vez, como una tarea en la que mucho se pone en juego: el prestigio, la rigurosidad, lo político que impulsa todo aquello que perseguimos.
Frente al segundo punto (y que creo está estrechamente ligado al anterior) pienso que otra razón por la que lo humano resulta tan prescindible al momento de debatir problemas se debe a un auge de ideas que subrayan el valor de lo propio en razón de lo ajeno. Es decir, ideas que definen aquello que somos y que nos pertenece desde lo que no somos y de lo que no es nuestro. Cuando hablamos de lo humano desde lo humano, estamos a la vez situando la discusión en un lenguaje homogéneo que no sólo nos apela directamente sino que también nos permite entender mucho mejor. Por eso para Trump, por mencionar un ejemplo, no resulta beneficioso decirle a su audiencia que el problema de inmigración es un problema humano, moral, sino un tema político, económico, cultural, social, al ser perspectivas propias, fundadas desde lo que entendemos como sociedad y de lo que concebimos en conjunto. Cuando nos dicen que los inmigrantes no son lo mismo que nosotros precisamente porque vienen de lugares que no son el nuestro, están diciéndonos que de nada sirve abordar el tema desde lo que nos une sino desde lo que nos divide. Es más fácil convencernos del beneficio que trae consigo prohibirle la entrada a los inmigrantes (porque es algo que nos beneficia a todos en conjunto) que convencernos del perjuicio que les causa la restricción (porque es algo que, en principio, es algo que beneficia solo al resto). Creo que, en gran parte, es por esto que se le ha dado un significado al problema desde discursos que evidencian la línea existente entre lo que somos y lo que no, y se ha evitado re-enfocar el debate desde lo humano —aquello que todos compartimos— pues para muchos significará perder una gran oportunidad al momento de apelar a un público y convencerlo.
Ahora bien, valdría la pena preguntarse si la manera deshumanizada en la que hemos decidido entender y enfrentar ciertas problemáticas es, por el contrario, una evidencia de lo que verdaderamente implica abordar lo humano desde lo humano, y una muestra de lo que realmente llevamos dentro.
Invito a todas las personas que leen el blog de UNA Revista de Derecho a leer el artículo de Huemer, y también a que nos cuenten acerca de posibles artículos para reseñar (escríbanos a nuestro mail, Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.).

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