Palabras de Ciro Angarita con motivo de la muerte de Eduardo Álvarez-Correa

Señoras, señores:
Temprano, en una mañana gris, al iniciar sus habituales y prolongadas sesiones de trabajo en la austera oficina de nuestra Universidad, el corazón generoso de Eduardo Álvarez-Correa dejó de latir, marcando así el término de su fecunda parábola vital.
La congoja que este hecho produce hoy en sus familiares a quienes testimoniamos nuestra solidaridad y nuestro incancelable aprecio, en sus colegas, en los estudiantes, amigos, directivas y empleados, no ha de impedirnos señalar y destacar algunos rasgos de su personalidad que dejan huellas perdurables en el ámbito académico y espiritual de nuestra comunidad porque no en vano constituyeron también lecciones vivas durante cerca de 25 años.
Con disciplina ejemplar, matizada a la vez de una profunda comprensión de la naturaleza humana, Eduardo estuvo siempre dispuesto a prodigar sus sólidos y vastos conocimientos académicos a personas de las más diversas culturas, ocupaciones y condiciones sociales. Su temprana experiencia en un continente africano en evolución marcó y contribuyó tal vez a forjar su carácter de académico abierto a la diversidad de las cosmogonías y a la necesidad de una tolerancia infinita más allá de nuestros egos, sesgos, etnias y culturas.
Con esta experiencia envidiable Eduardo acrecentó y aquilató las excelsas condiciones que hicieron de él no sólo un privatista y romanista fecundo e insigne sino también un experto docente y consultor en derecho internacional y un comparatista laborioso, imaginativo, abierto a las corrientes del pensamiento humano en un mundo como el nuestro, seriamente empeñado en la tarea de superar fronteras a la imaginación y a la acción. Sus numerosos libros, materiales de enseñanza, artículos, documentos de trabajo testimonian en forma elocuente la magnitud, profundidad y diversidad de las tareas académicas que Eduardo realizó en ese activo y ejemplar taller de la inteligencia que ha sido y es la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes. Los años en que desempeñó con lujo y competencia su decanatura marcaron un hito por su eficaz dedicación académica y administrativa al fortalecimiento de un perfil institucional que hoy nos enorgullece porque nos ha permitido hacer contribuciones significativas al bienestar general de Colombia.
Por todo ello es apenas natural que sus centenares de alumnos recuerden hoy y rindan aquí conmovido tributo y postrero homenaje a ese paradigma de profesores dispuesto siempre no sólo a innovar métodos anacrónicos de enseñanza para permitirles comprender a cabalidad el sentido, alcance, y a veces esquivos secretos de instituciones y categorías jurídicas sino también a evaluar la labor cotidiana del estudiante con justicia y máxima coherencia, porque entendía que el proceso educativo no debía convertirse o utilizarse como camisa de fuerza de la libre personalidad de seres con fidelidades y compromisos con las exigencias, en ocasiones conflictivas y hasta opuestas, del cuerpo y el espíritu.
Con todo, lo que sus alumnos recordarán siempre será esa cotidiana enseñanza, sólidamente respaldada con su ejemplo, de que poco vale el conocimiento si no contribuye de manera efectiva al engrandecimiento moral de la persona y a la superación de los halagos superfluos y perecederos del bienestar material. No en vano Eduardo poseyó y distribuyó generosamente esa virtud que hizo de él consejero natural de jóvenes deseosos de encontrar solución y consuelo para sus cuitas y rumbos espirituales claros para existencias precozmente marcadas por la confusión y el dolor.
Esta virtud le ganó justamente la admiración de la comunidad universitaria porque encarnó, como pocos, la sabiduría cimentada en una ética de la vida que le permitió realizar una docencia jurídica nutrida de los valores de la dignidad humana, de la justicia social, de la tolerancia y de la comprensión y ajena por entero al saber libresco, deshumanizado, superficial, en conflicto con la vida y transable en los efímeros mercados del éxito como deslumbrante oropel.
Ocurrida en momentos de dedicación callada al cumplimiento de su deber cotidiano en su taller donde cultivaba sus frutos y cincelaba sus ilusiones, sabedor de que algunas sólo conocerían la fugacidad de un instante, la intempestiva muerte de Eduardo ha abierto también el libro fecundo y positivo de su existencia a la reflexión de académicos, estudiantes y amigos acerca de una de sus lecciones imborrables: que el derecho será más digno y exitoso en su misión de convivencia social cuanto más se aproxime y abreve en las fuentes eternas de la justicia material, la equidad, la tolerancia, la paz, la comprensión del otro y de la vida. Sólo la práctica de esta enseñanza de nuestro amigo Eduardo constituye el más justo homenaje a su perennidad espiritual y eficaz paliativo para el dolor de su viaje sin regreso.
- Ciro Angarita Barón

Universidad de los Andes | Vigilada Mineducación
Reconocimiento como Universidad: Decreto 1297 del 30 de mayo de 1964.
Reconocimiento personería jurídica: Resolución 28 del 23 de febrero de 1949 Minjusticia.