Finalmente, hay una preocupación que veo transversal al artículo, dibujada en las preocupaciones históricas de los estudiantes que el artículo reseña, y en mí misma. Se trata de la culpa que sentimos de no vivir o haber vivido en carne propia las miserias del ‘verdadero pueblo colombiano’. De saber que el campesinado es el realmente oprimido por el país capitalista e inequitativo, que los estudiantes, pequeñoburgueses de nacimiento, con oportunidades de estudio que no tiene el proletariado, no tienen derecho a luchar por un país si no han sangrado antes por sus injusticias. De saber que las víctimas de Bojayá son las que realmente viven y sufren el conflicto, que los estudiantes, protegidos por la urbe y los grandes edificios, con oportunidades de estudio que no tienen las víctimas, soldados, guerrilleros, que viven y mueren por esta guerra, no tienen derecho a luchar por un país si no han sangrado antes por sus injusticias. La culpa llevó a que jóvenes del sesenta se fueran al monte a morir y a matar sin cordura y a ser fusilados por otros que compartían la idea de que los estudiantes no eran dignos de la lucha; lleva a que jóvenes del 2016 se abstengan de votar porque ¿cómo van a decidir sobre la paz que le pertenece a las víctimas?. Y a esa culpa le digo: no más. El látigo y el auto-reproche son muy cómodos o son inservibles y dañinos. Me rehúso a aceptar que la nacionalidad colombiana no sea válida hasta no vivir un desplazamiento, violación, asesinato, reclutamiento forzado, etc. Claro que este país es también nuestro, y esa culpa la tenemos que dejar de usar como excusa para la indiferencia o indecisión sin argumentos; y la tenemos que dejar de usar como guillotina para nuestra propia ejecución; más bien la tenemos que transformar en responsabilidad de trabajar con nuestras herramientas por nuestro país, de siempre oír y construir con los que sí han tenido que vivir los horrores de la injusticia. De luchar por lo que nos parece justo y de no acallar las cosquillas en nuestros pantalones.