Orozco enlaza paso a paso las justificaciones necesarias para convencer a las lectoras de que a las abogadas les falta cariño y solidaridad. A lo largo del texto se intenta resolver el problema de la educación jerárquica y violenta, caracterizada por posiciones de poder que reproducen discursos en los que el éxito suele ser sinónimo de reconocimiento popular y económico. Esta manera de enseñar el derecho ha producido abogadas soberbias que resultan en casos fallidos y en figuras públicas con dudosa reputación.
En respuesta, Orozco propone que para mejorar la educación tradicional, las facultades deben popularizar el modelo de las clínicas sociojurídicas. Estas son una solución a la educación que alimenta la soberbia característica de los abogados, las prácticas corruptas, y la disociación de la sociedad. Esta especificidad en cuanto a su proposición se debe a que, según el autor, en las clínicas jurídicas se trabaja en equipo para conservar –y exigir– los derechos de los que ciertas comunidades han sido privadas.